Historia de nuestro barrio
El Ensanche de Pamplona es un barrio con una gran carga histórica. A continuación puedes descubrir un poco más sobre ella.
La imagen de Pamplona en los umbrales del siglo XX
Corría el año 1890 y Pamplona era una ciudad de unos 26.700 habitantes, una población considerable que crecía con rapidez y que habitaba un casco urbano de proporciones reducidas. La mayoría de los pamploneses seguían residiendo en la zona que hoy conocemos como “casco viejo”, es decir, el espacio conformado por los antiguos burgos medievales, que únicamente se había extendido poco a poco por la zona del Chapitel, el Paseo Sarasate y la Taconera. Pocos cambios se habían producido desde la unificación de los burgos en el siglo XV, a excepción de la altura del caserío, que había ido aumentando. Sin embargo, el viajero que contemplaba la ciudad desde fuera tenía una percepción muy distinta, ya que el gran recinto amurallado le daba una apariencia de gran ciudad. Al franquear el gran cinturón murado el viajero se daría cuenta de su error, ya que existía un gran espacio sin construir entre el perímetro de las fortificaciones y las casas. Así era como lo había dispuesto en 1543 Carlos V, buscando proteger mejor la ciudad, dando lugar a las famosas “zonas polémicas”, es decir, aquellas dentro del recinto fortificado en las que estaba vetada la construcción.La población aumentaba y no se podían levantar nuevas viviendas.
“Pamplona, en aquel tiempo, era un pueblo amurallado, cuyos puentes levadizos se alzaban al anochecer. Quedaban únicamente abiertas la Puerta de San Nicolás y el Portal Nuevo. Esto daba a la ciudad un carácter medieval…” Pío Baroja, 1881
A.M.P., Plano de Le Fer, 1719
Pamplona era una plaza fortificada controlada por el ramo de Guerra, rodeada por las citadas “zonas polémicas”, señalizadas con mojones de piedra con las letras “Z. P.”, en las que no se podía levantar edificación alguna. Estas disposiciones no siempre se seguían a rajatabla, y sabemos que en ocasiones existieron edificios en dichos espacios. Sin embargo, sus poseedores se encontraban al albur de que una disposición militar derribara sus casas, quedándose en la calle y sin posibilidad de reclamación alguna. Así sucedió en 1794, cuando al acercarse a Pamplona el ejército francés de la Convención, el virrey don Martín Álvarez de Sotomayor decidió limpiar de edificaciones las “zonas polémicas”, derribando la ermita y el barrio de la Magdalena, el convento de las Clarisas de Santa Engracia, el convento de los Trinitarios, la ermita de San Jorge, la de San Roque y la de San Juan de la Cadena, quedando sin hogar unas 1500 personas.
Sin embargo, esta restricción que sufría la población por su carácter de ciudad fronteriza, permitía a los habitantes de Pamplona disfrutar de abundantes zonas verdes intramuros de la ciudad, como muestra el plano de Casañal de 1882 donde aparece el vergel de la Taconera, un parque difícil de ver en otras ciudades cuyos habitantes, para disfrutar de estos espacios, tenían que salir fuera de sus murallas. Así lo describía Pío Baroja: “Pamplona tenía un hermoso paseo: la Taconera, que acababa en un miradero que allí se le dice el Mirador, y otro, llamado Paseo Valencia, en el que pusieron unas estatuas de reyes en mi tiempo, como las de la plaza de Oriente en Madrid, llevadas de la capital”.
La descripción más halagüeña de estos jardines y paseos de Pamplona nos la deja un francés, Cénac-Moncaut, que visitó la ciudad hacia 1858, quedando fascinado por la Taconera y por las pamplonesas que la frecuentaban:
“Es allí donde las vivarachas señoras hacen gala de sus miradas atrevidas, de sus risas estrepitosas y de sus golpecitos de abanico provocadores; actitudes todas de apariencia muy libres, pero tras las cuales se oculta una conducta tan circunspecta como la comedida dignidad de las mujeres del Norte.
Tras el cierre de las tiendas y de las oficinas, la población entera acude allí: desde los soldados de la guarnición hasta los curas, muy poco ocupados, de las numerosas iglesias. Los concurrentes se pasean, se aprietan, se codean bulliciosamente, bajo los árboles frondosos, iluminados a la veneciana.
¡Qué tristes nuestros bulevares parisinos; que taciturno nuestro Bosque de Bolonia, comparados con esta expansión”
Plano de Don Dionisio Casañal y Zapatero, 1882
Las medidas desamortizadoras del siglo XIX junto con los nuevos criterios urbanísticos desarrollados desde la ilustración, como el traslado del cementerio fuera de la ciudad, habían permitido reorganizar y reestructurar el espacio urbano. Pamplona contaba en 1890 con cinco parroquias, un hospital civil, situado en el actual museo, y un hospital militar, que ocupaba el antiguo convento de los dominicos. Sus calles y plazas estaban empedradas, y el abastecimiento de agua y el alcantarillado se había acometido con éxito en la centuria anterior. De hecho en 1849 se planea enlosar la ciudad con un nuevo adoquinado. Azulejos blancos mostraban con letras azules los nombres de las calles, cuyos portales ya estaban numerados. Casas de baños y urinarios se repartían por Pamplona, esperando que costumbres más refinadas e higiénicas se establecieran entre los pamploneses. En 1861 se había instalado la fábrica de gas en la Rochapea, de la que aún queda el recuerdo en los famosos “corralillos del gas”, lo que posibilitó la sustitución del antiguo alumbrado de las calles, que hasta entonces se hacía con faroles de reverbero que utilizaban aceite, por nuevas farolas de gas. Para que la luz luciera mejor, se obligó a los pamploneses a enlucir las fachadas de sus casas. Este sistema fue sustituido por el alumbrado eléctrico, cuya inauguración se llevó a cabo, con gran regocijo por parte de los pamploneses, en los sanfermines de 1888.
El proceso desamortizador había transformado muchos espacios de la vieja Pamplona. Así, donde antes hubo conventos o instituciones religiosas ahora había cuarteles, hospitales, escuelas o plazas. Los conventos del Carmen y la Merced se transformaron en cuarteles, el convento de los dominicos pasó a ser hospital militar (1836), la iglesia de los Agustinos se convirtió en parroquia y el convento fue derruido (1836) convirtiéndose con el tiempo en la fábrica de Galbete. Las viviendas de la canonjía del cabildo se transformaron en Instituto de segunda enseñanza, inaugurado en 1842. Fue derribada la iglesia de San Tirso que ocupaba los números 49 y 51 de la calle Estafeta (1836). El Convento de la Compañía, que por entonces era Seminario Episcopal a raíz de la expulsión de los Jesuitas, pasó a ser cuartel de infantería y más tarde escuelas públicas, en el solar de las Carmelitas Descalzas se edificó la Diputación (1847), el Teatro Principal, hoy Gayarre (1840), el edificio que sirvió de Parador (1843), y la Plaza de Toros. Se derribó la iglesia de San Francisco en 1840 y se establecieron las escuelas públicas en el convento en 1843.
A.M.P. Plano de la Comandancia General Subinspección de Ingenieros de Navarra.
25 de septiembre de 1888, Coronel de Ingenieros José Luna.
La Plaza del Castillo
No fue hasta la desamortización cuando el antiguo prado de los predicadores comenzó a tornar su fisonomía para convertirse en la plaza principal de la ciudad. El solar, hasta entonces ocupado por las madres Carmelitas, se dividió en tres partes, otorgándose la central al Ayuntamiento y las otras dos a la Diputación. En la primera se construyó el gran Teatro Principal, que se inauguraba el 4 de julio de 1841. A ambos lados se situaban dos edificios gemelos que flanqueaban la ecléctica fachada del teatro, por un lado el lateral del palacio de la Diputación, que ofrecía su fachada principal al Paseo Sarasate, y por el otro un parador, hotel, café… que servía para acoger a los visitantes que llegaran a nuestra ciudad, donde luego se instaló lo que se conoció en Pamplona como la “casa del Crédito”. Asimismo, se tomó la determinación de levantar una plaza de Toros, como se hacía en otras grandes localidades, liberando de ese uso a la propia plaza del Castillo, donde hasta entonces se celebraban los espectáculos taurinos.
El arquitecto que diseñó la ecléctica fachada, con un lenguaje clasicista, fue José de Nagusia.
Con esta obra se pretendía otorgar una mayor dignidad al antiguo “prado de los predicadores”, emulando otras ciudades europeas que levantaban también por estas fechas majestuosas óperas y teatros en los lugares principales del casco urbano.
Colección Particular
¿Sabías que…?
A Víctor Hugo, que en agosto de 1843 visitó Pamplona, no le gustó nada la nueva fachada del teatro. Se alojaba en una fonda en la plaza del Castillo, en un segundo piso, y así nos describió lo que veía desde los ventanales: “Esta plaza no tiene nada de notable. Actualmente están construyendo en uno de sus extremos, al Este, no sé qué cosa horrible que parece un teatro y que será de piedra de sillería. Recomiendo esta cosa al primer hombre de ingenio que bombardee a Pamplona”.
Intramuros: Paseo Sarasate y Vínculo
La antigua zona “fuera puertas” por donde se prolongaba el paseo de la Taconera no se urbanizará hasta entrado el siglo XIX, pese a que algunos edificios van instalándose en esos terrenos, como la Casa de Misericordia (1706), con su trinquete, o la fonda Europa y casa de carros, que recibía a los viajeros que entraban en la ciudad por la cercana Puerta de San Nicolás. Habrá que esperar a la desamortización y la construcción del Palacio de Navarra en 1840, obra de José Nagusia, para que ese agradable prado empiece a despertar un interés urbanístico, instalándose estatuas, fuentes y bancos para el descanso de los paseantes.
Se conseguía mediante el embellecimiento de este “salón”, como se llamaban entonces a estos paseos, crear un agradable anillo de esparcimiento que rodeaba la ciudad por el oeste y el sur, desde los jardines de la Taconera hasta la renovada plaza del Castillo.
Higiene y salubridad en la Pamplona de fin de siglo. “Júzguese el hacinamiento en que se vive”
No eran únicamente las costumbres decorosas y saludables las que preocupaban al consistorio, instalando casas de baños y urinarios en la ciudad, sino que la salubridad del aíre era también un motivo de preocupación. La población aumentaba y la ciudad no se ampliaba. El caserío, ceñido por las “zonas polémicas”, sólo podía crecer hacia arriba, gracias a las nuevas técnicas constructivas.
Así, los solares de las casas, concebidos algunos desde el medievo para acoger viviendas de una o dos alturas, con calles estrechas pero sin duda soleadas al ser el caserío bajo, iban aumentando sus pisos provocando un empeoramiento de la iluminación en calles y casas, que se iban volviendo cada vez más lóbregas. Por ello, el Ayuntamiento decidió en las ordenanzas de 1846, examinar “la altura que se intente dar a los edificios de nueva planta o construcción sobre los antiguos teniendo presente que el exceso de aquella no sólo perjudica al aspecto público, sino también a la salud, porque impide la libre circulación del aíre, y la penetración de la luz y del calor que son los agentes más poderosos de la naturaleza para la conservación de la vida”. El número de casas no aumentaba, sólo aumentaban las plantas, como dejó claro Serapio Esparza al presentar su memoria del Segundo Ensanche: “en 1679 había 7.456 habitantes para 1.335 casas, y en 1910 había 30.595 habitantes para 1.348 casas”. Sólo siete casas más para 23.139 habitantes más. Como dice Esparza, “júzguese el hacinamiento en que se vive dentro de gran número de habitaciones y de las condiciones higiénicas de la mayor parte de las casas”.
Realmente las condiciones de higiene y salubridad que tanto preocupaban al consistorio no eran buenas. En 1885, poco antes de que se accediera a la construcción del primer ensanche, las imágenes de San Fermín y Santa María del Sagrario salieron por las calles de Pamplona para intentar así que los pamploneses se libraran de la epidemia de cólera que afectó a toda España. Sin duda el temor era fundado, ya que la creciente población que se encontraba apiñada en el pequeño casco urbano era más susceptible de contagio debido a su hacinamiento. El relato que dejó el alcalde de Pamplona, Joaquín Viñas y Larrondo de las pésimas condiciones que afectaban al casco viejo viene a corroborar lo anteriormente dicho:
“Yo creía, que las gentes vivían mal, pero no podía suponer que llegase al extremo en que se encontraban; habitaciones faltas de luz y de ventilación, sin la suficiente capacidad cúbica, sin la debida separación de sexos y edades y careciendo muchas de ellas de retretes y cocinas”.
El Primer Ensanche. A grandes males, grandes remedios
Pamplona tenía que crecer, era evidente. Como dijo Leoncio Urabayen, “se había llegado al relleno total del Casco de la vieja Pamplona”. Ya no había sitio para más habitantes, y esto era contemplado con preocupación por los propios pamploneses, que el 1 de enero de 1867 enviaron un “Manifiesto” al Ayuntamiento pidiendo mejoras en el casco urbano. “A grandes males, grandes remedios”, decían. Entre sus peticiones, se contaba el establecimiento de una Universidad, la construcción de una cárcel modelo, propagar las obras públicas y continuar con el ornato y alineación de las calles. Todo ello para mejorar no sólo la calidad de vida de los pamploneses, sino también para mejorar las situación económica de la ciudad, incentivando la industria, el comercio y las artes. Para ello, no dudaban en aceptar un aumento de los tributos, “pues contribuciones de esa índole, son reproductivas al contribuyente”.
La visita de Alfonso XII a “esta ciudad murada en circunstancias angustiosas”
El derribo de las fortificaciones internas, sin que se viera afectado el cinturón amurallado de la ciudad, ya se había barajado desde el Ayuntamiento en 1854, cuando éste envió una exposición a la reina Isabel II “manifestándole la necesidad de derribar la parte de la Ciudadela que mira a la Ciudad, haciendo ver las razones de policía y de conveniencia que reclaman esta medida”. Se hacía referencia, claro está, a los ya desaparecidos baluartes de San Antón y la Victoria. Esta idea se retomará en 1880, momento en el que se vuelve a expresar el deseo de levantar un Ensanche de la ciudad intramuros, entre la ciudadela y el casco urbano. Tanto deseaban los pamploneses en 1882 extender su ciudad, acabando con las “zonas polémicas” y derribando las murallas, que para conseguir tales fines comenzaron a arrojar a los fosos piedras sueltas, para así ir rellenándolos poco a poco, con o sin autorización, como relata José María Ordeig.
En medio de la batalla por recuperar para la ciudad las “zonas polémicas “, Alfonso XII visitaba por tercera vez Pamplona el 12 agosto de 1884. La ciudad le recibió con dianas, espectáculos taurinos, encierro, novillada, fuegos de artificio e iluminaciones “a la Veneciana y de gas”. El rey había visitado la ciudad en dos ocasiones anteriores, la primera en 1875 y la segunda al año siguiente, en 1876. Un año después se comenzaba la construcción del fuerte que llevaría el nombre del monarca, aunque popularmente se conoce como San Cristóbal. La construcción de dicho fuerte estaba motivada por las mejoras armamentísticas, que permitían fabricar armas de largo alcance, posibilitando ya el ataque a la ciudad de Pamplona desde puntos muy alejados. Esta circunstancia, que motivó la construcción del nuevo fuerte, era asimismo argumento de peso para acabar con las zonas polémicas. ¿Qué sentido tenía no construir en torno a la ciudad cuando ésta podía ser atacada con cañones desde los montes que la rodeaban? El Círculo Mercantil e Industrial de Pamplona tras poner como ejemplo a Francia, donde ya se habían desmantelado una gran parte de las fortalezas, mostraba su ironía, ya que con los nuevos armamentos las actuales zonas polémicas, que abarcaban un distancia de mil varas, tendrían que ampliarse hasta un radio de tres o cuatro kilómetros para ser efectivos.
El Ayuntamiento se esmeró en su agasajo al monarca, con los festejos anteriormente citados y levantando además un gran arco triunfal de follaje en los jardines de la Taconera, donde se leía “A. S. M. El Rey D. Alfonso XII, la ciudad de Pamplona”, y en los extremos se añadía “Viva el Rey”. Sin duda la intención del consistorio era también predisponer a su favor el ánimo del monarca, para que este acogiera favorablemente las peticiones que se le iban a plantear.
Los hechos se expusieron ante el rey con gran claridad, “donde en 1847 vivían con no excesiva holgura diez y seis mil habitantes, viven hoy más de veintiocho mil, y los terribles efectos del hacinamiento de gentes en una ciudad cuyo perímetro es el mismo que hace tres siglos se ponen de manifiesto”. Siguiendo los criterios de la época, el Ayuntamiento se basa en datos y estadísticas, para destacar así el rigor de sus argumentaciones. Sus fuentes son los Boletines de Estadística Demográfica que publica la Dirección General de Beneficencia y Sanidad del Reino, según los cuales, Pamplona “es actualmente una de las capitales mas malsanas no sólo de España, sino de Europa”, y asegura que la “extraordinaria mortalidad es debida al exceso de población en un perímetro tan reducido”, y es que “el veinte por ciento de las defunciones de Pamplona se han producido por enfermedades infecciosas, resultado de la aglomeración de personas en recintos estrechos”.
Así expuestos los hechos, el Ayuntamiento insiste en que “es de absoluta necesidad diseminar convenientemente una gran parte de los habitantes de esta ciudad ensanchando el perímetro habitable”, en concreto, “que se permita la edificación en el glacis de la ciudadela que mira a la ciudad y en el foso que separa a una de otra”.
Entre 1886 y 1888 se publicaron las leyes que otorgaban, por fin, el permiso para edificar el ansiado Ensanche Intramuros en la zona que había solicitado el Ayuntamiento.
El Ensanche Intramuros
El Ayuntamiento de Pamplona aprobó en el año 1887 un Plan de Reformas Locales como marco para mejorar el urbanismo de la ciudad, en el que se incluía la planificación del Ensanche Intramuros.
A cambio de los codiciados terrenos, que subastaría el Ayuntamiento, éste cedió al ramo de Guerra en 1889 el soto de Ansoain, le abonó 750.000 pesetas y se comprometió a suministrar agua a los cuarteles. Por su parte el ramo de Guerra cedía también al Ayuntamiento los terrenos de los cuarteles del Carmen, la Merced y el Seminario, y un espacio donde sería edificada una nueva cárcel en 1900. El 1 de mayo de 1889 se inició la demolición de los baluartes de la Victoria y San Antón.
El nuevo arquitecto municipal, Julián Arteaga, reformó ligeramente en 1889 el plano presentado por el militar José Luna Orfila, quedando ya en marcha únicamente la ejecución de el ansiado ensanche. Su éxito quedó reflejado en la rapidísima adquisición de los solares, vendidos en su totalidad para el año siguiente.
El planteamiento contemplaba dos zonas separadas por una calle que recibía el nombre de Padre Moret (que aún se conserva) y Pascual Madoz. La parte más cercana a la ciudadela se reservaba para los militares, mientras que la que se enfrentaba a la ciudad era la destinada a viviendas, comprendiendo esta última cinco manzanas, además de la que se destinaba a Palacio de Justicia.
A.M.P. Plano de Don Dionisio Casañal y Zapatero, 1904
Y el Paseo Sarasate…
En el citado Plan de Reformas Locales se preveían también unas disposiciones que afectaban al paseo Sarasate, cuya reforma ya se había empezado a acometer en 1885. En concreto se decidió que las instituciones de la Misericordia, el Vínculo y la Alhóndiga se trasladaran a otros lugares más convenientes. Se pretendía transformar este espacio en un elegante “salón”, flanqueado por dos edificios principales de la ciudad, el ya existente Palacio de la Diputación y en el lado opuesto el nuevo Palacio de Justicia. Por esta razón se veía más conveniente sacar fuera las instituciones benéficas o municipales y colocar en su lugar viviendas.
Florencio Ansoleaga diseñó para embellecerlo dos vías laterales, dos estanques, árboles y parterres. Se solicitó de Madrid el envío de seis estatuas de los reyes de Navarra que se habían ejecutado en el siglo XVIII para coronar el Palacio Real de Madrid y que se encontraban en los almacenes de dicho edificio.
En 1903 se levantaba el Monumento a los Fueros por suscripción popular, para recordar la reacción general que recibió la propuesta de Germán Gamazo para acabar con los Fueros de Navarra. El proyecto elegido fue el de Manuel Martínez de Ubago, arquitecto de renombre que había levantado ya numerosos edificios en nuestra ciudad.
Sabías que…?
La fuente de tres tazas que existía frente al Palacio de Navarra se trasladó al paseo de la Taconera donde todavía hoy permanece.
¿Sabías que…?
La anterior fuente de tres tazas sustituyó a un urinario, que se conocía como “el paraguas”, y que fue retirado en agosto de 1887 por resultar “antiestética” su presencia ante la fachada del Palacio de la Diputación.
A.M.P., 1887.
Aquí se instaló, entre el monumento a los Fueros y el Palacio de Navarra la Farola de los Braseros, a finales de junio de 1928. Su situación hacía las veces de rotonda para ordenar el tráfico. En 1958 se trasladó a la entonces plaza de la República Argentina, pero en 1965 se desmontó y se guardó en los almacenes municipales. En 1995 retornó a esta última ubicación.
El Segundo Ensanche. La nueva ciudad, resurgimiento hermoso de la prosperidad que nuestro pueblo merece
El derribo de las “vetustas fortificaciones de Pamplona”
El Ensanche Intramuros supuso más una victoria moral que una verdadera solución a los problemas urbanísticos de Pamplona, ya que su construcción apenas alivió la demanda de terreno que requería la creciente población. Era necesaria una verdadera ampliación del casco urbano, y eso pasaba por la efectiva demolición de parte del cinturón amurallado.
Como ya se ha dicho, la construcción del nuevo fuerte de San Cristóbal, dejaba de manifiesto la inutilidad de las murallas de Pamplona, “débiles parapetos contra el formidable poder de las artillerías modernas”. Por ello, en la exposición de peticiones a Alfonso XII durante su visita, ya se le solicitaba la “demolición total de las murallas que actualmente circundan la ciudad”, o “cuando menos la demolición de la cortina que forma el frente de San Nicolás o de la parte necesaria para que la población pueda extenderse libremente por el sudeste”, es decir, los terrenos que ocupará el segundo Ensanche de la ciudad.
En 1895, el Senador Wenceslao Martínez dirige una carta al Alcalde de Pamplona, convencido de que el derribo de las murallas supondrá “no sólo la prosperidad y salubridad de Pamplona, sino el engrandecimiento de toda la provincia”, porque dicho ensanche provocaría “el desarrollo de grandes industrias, bienestar y riqueza”. El ensanche no llevaría consigo únicamente el aumento de las dimensiones del casco urbano, sino que contribuiría a la mejora de la calidad de vida de sus habitantes. La prosperidad de Pamplona parece que estaba ligada a la ampliación, cuidada y ordenada, de sus límites. Así se expone en la instancia presentada al Ayuntamiento por el Círculo Mercantil e Industrial de Pamplona, el 27 de abril de 1897, que hace notar la necesidad que la ciudad tiene de ofrecer viviendas “cómodas y económicas”, llamando la atención así sobre el alto coste que estaban adquiriendo las casas intramuros.
Parece ser que Pamplona se convirtió en adalid de estos proyectos, trasladando su preocupación al resto de las ciudades españolas que se encontraban en similares circunstancias, y haciendo un frente común que concluyó con la Real Orden de 1896, que replanteaba las “zonas polémicas” en toda España. Las gestiones para conseguir el ansiado Ensanche hacia el sur, dando así una continuidad al casco urbano, fueron arduas, lentas y costosas. Una gran cantidad de proyectos, reformas de los proyectos, nuevas proposiciones y correcciones a todo lo anterior se fueron sucediendo desde que en 1901 se aprobó el derribo de las murallas y la ejecución de un ensanche.
El ramo de guerra, sin embargo, impuso la condición del levantamiento de un nuevo recinto murado más amplio, que permitiera crecer a Pamplona pero sin perder su carácter de plaza fuerte. Ese segundo recinto amurallado, que pasaría por la actual colonia de Argaray, nunca se llegó a levantar, pero aún los pamploneses tuvieron que esperar hasta que, por fin, el 7 de enero de 1915 se publicara la ley que autorizaba demoler las murallas desde la Ciudadela hasta la Ripa de Beloso.
“¡VIVA PAMPLONA!
EL DERRIBO DE LAS MURALLAS
DÍA DE JÚBILO EXTRAORDINARIO”
Con este regocijo relataba el Diario de Navarra el desarrollo de la jornada del día anterior, el 25 de julio de 1915, cuando se derribaba la primera piedra de las murallas. Un día festivo para los habitantes de Pamplona, que acudieron “al acto de posesionarse la ciudad de esos terrenos que fueron siempre nuestra pesadilla!”. El acontecimiento se celebró con colgaduras en los balcones, el paso bullicioso de gigantes y cabezudos, un banquete en el “Grand Hotel”, brindis con champagne, actuación de la “brillante banda del regimiento de América” y un espectáculo popular y gratuito que llenó la plaza de toros hasta los topes. Después de las seis de la tarde se procedió al esperado inicio del derribo. “No bajarían seguramente de 20.000 las personas que ayer tarde vieron caer al impulso de la dinamita las primeras piedras de las viejas murallas que han contenido a Pamplona en su recinto estrecho años y años”. Tras la alegre ceremonia y los aplaudidos discursos se celebró en el Casino una concurridísima fiesta de sociedad, se lanzaron fuegos artificiales en la entonces Plaza de la Constitución (hoy del Castillo), hubo música y una “espléndida iluminación eléctrica”. Por último, el señor Alcalde, don Alfonso Gaztelu, dispuso condonar todas las multas impuestas por su autoridad que estuviesen pendientes de cobro.
“¡Viva Pamplona!
Y así cayeron impelidas por la dinamita las primeras piedras de las viejas murallas que han de dar paso a la nueva ciudad, resurgimiento hermoso de la prosperidad que nuestro pueblo merece”.
El 31 de julio de 1928 se suprimían las zonas polémicas de Pamplona.
Proyectos y trazados
El ensanche por el norte
El deseo del consistorio siempre fue extender la ciudad hacia el sur, la prolongación más racional del casco urbano, pero con el espinoso impedimento del recinto amurallado y dada la imperiosa necesidad de crecimiento, se barajaron las posibilidades de ejecutar el ensanche por el norte, sin necesidad de derribar las murallas. Estos planteamientos eran menos razonables, por la compleja accesibilidad de la zona, pero única alternativa que podía contemplar entonces el Consistorio.
Como hacen notar Goicoechea y Ubaga en 1901, “indudablemente, que el mejor y natural ensanche de Pamplona, sería por la parte alta y opuesta a los barrios de Rochapea, Magdalena y Estación, en armonía con las condiciones de higiene, salubridad y conveniencia; pero ya que esto no pueda ser actualmente realizado, aprovechemos las condiciones actuales y tratemos de darles la más conveniente aplicación”.
- El proyecto de Rochapea y Estación
En un primer momento, el ramo de Guerra contempló la posibilidad de acometer el requerido ensanche de Pamplona por la zona norte, que al tener una cota más baja, no afectaría a las defensas de la ciudad. Estos primeros proyectos, desechados por el Ayuntamiento, fueron elaborados por militares. En 1885 se presentó el exhaustivo proyecto de José Luna Orfila, con una extensa memoria sobre el mismo.
La curiosa disposición radial que se contempla en el plano responde a criterios militares, ya que “en caso de ocupación militar se podría barrer desde las murallas todo el barrio”. Las casas serían de hasta dos pisos, con 10 metros de altura máxima, sin sótanos, cuevas o pozos profundos. Las calles tendrían una anchura de 16 a 12 metros, de tal modo que, dada la escasa altura del caserío, “el sol bañe las fachadas”. Se reservaban solares dotacionales para la iglesia, la escuela, el mercado y, “si sobra”, para el jardín público.
Sin embargo, la propia memoria ponía de manifiesto las desventajas de este proyecto, ya que hacía notar la poca salubridad de los terrenos, su humedad y la falta de pendiente para los desagües. Años después el arquitecto municipal, Julián Arteaga, junto con el Alcalde y la Comisión de Fomento elaboraron un informe razonado recomendando no llevar a cabo dicho ensanche.
2. Proyecto de Rochapea, Magdalena y Estación
Un segundo proyecto se presentó por iniciativa del Ayuntamiento, extendiendo la urbanización a la zona de la Magdalena. Dicho proyecto es conocido por las correcciones que en el mismo realizó el ramo de Guerra, reduciendo la zona edificada, poniendo ciertas limitaciones a la construcción y recordando de nuevo que todo el barrio debía de ser fácilmente abatido en caso de conflicto.
Para dar forma a dichas correcciones, la Comisión de Fomento del Ayuntamiento de Pamplona contó con Ángel Goicoechea y Manuel Martínez Ubago, ambos arquitectos de la Real Academia de San Fernando, que redactaron el “Proyecto de urbanización de los terrenos del ensanche, concedida por Reales Órdenes de 21 de Diciembre de 1899 y 23 de Febrero de 1900, en los barrios de Rochapea, Magdalena y Estación de la Ciudad de Pamplona”. Los arquitectos presentaron su proyecto en 1901, en el que razonaban la necesidad que Pamplona tenía de un ensanche, destacando, entre otras cosas el alto coste que la vivienda estaba adquiriendo en Pamplona precisamente debido a la escasez de terreno. La cuestión social es el primer argumento que utilizan Ubago y Goicoechea para argumentar la necesidad del ensanche: “dar al proletario viviendas medianamente higiénicas y en relación con los escasos recursos pecuniarios con que pueden contar”.
Este argumento también lo utilizó el alcalde Joaquín Viñas y Larrondo, cuando desde el periódico El Ensanche, clamaba por su ejecución:
“Los precios no correspondían a los cuartos que ocupaban y ocupan los pobres, condensando todo mi deseo y todo mi pensamiento, en mejorar a esa sufrida colectividad, dándoles trabajo y otras habitaciones, más de acuerdo con las necesidades modernas. Hacen pendant con las habitaciones, los lóbregos y húmedos talleres en donde pierden la salud y la vida los trabajadores”.
El Ensanche por el sur y por el oeste
Una vez conseguida la autorización para el derribo de las murallas, estaba claro que la orientación más conveniente para extender el casco urbano era la que seguía la continuidad de la propia terraza en la que se asentaba Pamplona, por el sur y por el oeste, evitando el abrupto desnivel que presentaba en sus otros flancos. El único elemento con el que había que contar era la Ciudadela, que separaba las dos posibles extensiones de Pamplona, desvinculando los dos trazados urbanos. Desde que en 1901 se aprobó la ley que permitía el derribo de las murallas, hasta que se aprobó el proyecto trascurrieron casi quince años entre discusiones y planteamientos diversos. El problema económico fue uno de los principales problemas, como cabía esperar, y fue el que provocó la gran dilación de las obras. Durante el periodo comprendido entre 1901 y 1915 se presentaron diferentes proyectos, algunos de los cuales se muestran a continuación.
1.Proyectos hacia el sur y hacia el oesteA.M.P.
Plano de Pamplona con el Proyecto de Ensanche.
AM.P. Proyecto de Ensanche, 1909
Estos proyectos presentaban el incoveniente de que la ciudad quedaba fragmentada en dos partes, divididas por el volumen de la Ciudadalea, dificultando la comunicación entre las dos zonas del nuevo Ensanche.
2. Proyecto de Julián Arteaga, 10 de enero de 1909
Si se compara el plano propuesto por Julián Arteaga con el que se ejecutó finalmente, obra de Serapio Esparza, podemos comprobar, entre otras cosas, que la orientación de las calles en el primero es de norte a sur y que sus manzanas son rectangulares, frente a las de Esparza que son cuadradas y varía 45 grados la orientación de las vías urbanas. La razón es que el trazado de Arteaga responde a la tradicional preocupación de resguardar las calles de los vientos dominantes, con manzanas rectangulares que contribuyeran a cortar las corrientes de aíre. Sin embargo en Esparza primará la importancia concedida a la iluminación y al soleamiento de las calles, sobre los planteamientos tradicionales que daban una mayor importancia a los vientos, por lo que modificará el trazado de las calles y dispondrá en ellas manzanas cuadradas.
3. El plan definitivo de Serapio Esparza
El Ayuntamiento encargó un proyecto a Serapio Esparza San Julián, arquitecto municipal, que resultó aprobado el 3 de julio de 1917.
El plano de Esparza muestra una retícula cortada por una diagonal, al modo del ensanche barcelonés, que facilitaba el tránsito rodado y la salida de la ciudad hacia la carretera de Francia. La limitación venía dada por el “nuevo recinto de seguridad”, que nunca se llevó a cabo. En el extremo del caserío se situaba un paseo arbolado que rodeaba la ciudad y una serie de parques que se disponían entre las edificaciones y las nuevas fortificaciones. Además, sacrificando la situación de la plaza de toros y el teatro Gayarre, lograba un “perfecto enlace” con las calles del casco viejo, derribando incluso parte de la basílica de San Ignacio en aras de una mejor alineación de las calles, ya que la conexión con el casco antiguo fue una de las prioridades fijadas en el proyecto.
La orientación era la “más adecuada al clima de Pamplona” quedando supeditada al soleamiento de las fachadas, buscando que todas ellas recibieran la luz del sol, “sin conceder gran importancia a la dirección de los vientos dominantes” ya que no los consideraba de intensidad suficiente como para sacrificar a las corrientes la luz solar, tan añorada en la vieja trama del casco antiguo.
Disponía de 96 manzanas achaflanadas de 70 x 70 metros, con un gran patio central, y calculándose la altura de las casas de modo proporcional a la anchura de las calles.
El trazado plantea un ensanche fundamentalmente residencial, sin prestar atención a las necesidades dotacionales del nuevo espacio urbano. Este problema se irá resolviendo a medida que vaya avanzando la construcción.
Sin embargo las obras aún se dilataron tres años más, provocando incluso manifestaciones públicas por parte de los ciudadanos de Pamplona. Finalmente el 11 de mayo de 1920 se aprobaba la construcción del tan deseado Ensanche.
Las fases del Ensanche
“La primera piedra del Ensanche. Miles de pamploneses presencian el solemne acto”
Por fin, ante una expectante y emocionada ciudadanía, el 29 de noviembre de 1920 se colocaba la primera piedra del nuevo ensanche. El acto se llevó a cabo con gran solemnidad, en presencia de las principales autoridades, y ante los miles de pamploneses que desafiaron las bajas temperaturas de ese día y el lodazal que se había formado en el suelo a causa de las lluvias. Así describía el acontecimiento el Diario de Navarra al día siguiente:
“El día de San Saturnino. La primera piedra del Ensanche. Su bendición y colocación. Miles de pamploneses presencian el solemne acto. A las 12,45 del mediodía aproximadamente, la Corporación municipal con las autoridades, precedidas de los clarines municipales y de la banda de música <La Pamplonesa>, se dirigió al lugar donde dicha primera piedra se iba a colocar, cerca de la entrada a la ciudad por Tejería”.
“El pueblo pamplonés, que ha seguido paso a paso todas las gestiones que desde hace años se vienen realizando para conseguir el Ensanche de nuestra ciudad y que en cuantas ocasiones ha tenido se ha manifestado partidario muy decidido de ese ensanche, no podía faltar en el acto de ayer”.
1920-1936: Primera fase constructiva
En este plano se muestra, con una línea roja, el trazado de la nueva muralla de Pamplona que nunca se llegó a ejecutar.A.M.P.
En esta foto aérea del año 1929 se pueden comprobar los progresos de la primera fase del II Ensanche de Pamplona. A.M.P.
Chalet de Martinicorena. Numerosos chalets u “hotelitos” se levantaron en el segundo ensanche siguiendo el modelo urbanístico del primero. Se trata de viviendas torreadas que disponen de mansardas en las bajo cubiertas y miradores, que dotan de un carácter distinguido a las edificaciones. A.M.P. García Deán, 9 de junio de 1922
Las obras del deseado Ensanche, conocido entonces como Ensanche de Argaray, se llevaron a cobo con tal celeridad, que las edificaciones precedieron en muchas ocasiones a los servicios y al acondicionamiento urbano, como se puede ver en la imagen superior. Así, un grupo de propietarios, con las casas ya construidas y a punto de ser ocupadas, se quejaban al Ayuntamiento de lo lentas que iban las obras de urbanización, ya que carecían del servicio de aguas que debía dotas a estas edificaciones, reflejo de las mejores condiciones de vida de a burguesía pamplonesa: los nuevos propietarios: «no pueden ocuparlas por carecer del servicio de aguas para bebida y demás necesidades urgentes de la vida moderna. Los Water-Clost y el sistema de alcantarillado que V.E. les ha impuesto son imposibles sin una dotación abundantísima de agua».
El hecho es que los terrenos se vendieron con gran rapidez, y con la misma celeridad se fueron llevando a cabo las obras, por lo que el Ayuntamiento tuvo que ir, en muchas ocasiones, a la zaga de las necesidades de los nuevos inquilinos. A las quejas respecto al abastecimiento de aguas, se sumaban las que requerían la construcción de aceras, ya que en los días lluviosos los lujosos «hotelitos» sólo tenían acceso a través de auténticos lodazales. Estos problemas también afectaron al alumbrado eléctrico, como hizo notar la Comisión de Industria el 21 de enero de 1923, ya que, como se hace constar,»la actual central eléctrica municipal se proyectó para un servicio mucho menor que el actual».
En la imagen de Rouzart (1923), perteneciente a la colección Arazuri (A.M.P.) podemos ver cómo los elegantes hotelitos se esparcían dispersos conviviendo con el ganado. No hay aceras, y apenas vemos unos jovencísimos arbolitos que se van plantando para definir las hiladas de las calles.
En primer plano aparece la casa de Serafín Huder, diseñada por Marcelo Guibert en 1922.
¿Sabías que…?
Serafín Huder fue un médico pamplonés que, consciente de las malas condiciones higiénicas y de salubridad que existían en la antigua Pamplona, fue uno de los principales y más entusiastas defensores del Ensanche. Abogó por extender la población hacia Barañain, con amplias calles donde se levantarían casas soleadas y luminosas. Sus deseos quedaron por escrito en su Plan general de higienización de las viviendas de Pamplona y medios de realizarlo en la práctica, publicado en 1907. Por ello fue uno de los primeros pamploneses en mudarse al nuevo ensanche, donde levantó su vivienda y su consulta. Como médico de la plaza de toros, se encargó también de modernizar la enfermería del nuevo coso.
¿Sabías que…?
En 1925 el arquitecto municipal, Serapio Esparza, aceptaba la solicitud de varios constructores pamploneses que pedían que se permitiera elevar más alturas en las avenidas de Carlos III y de Francia (actual Baja Navarra), para poder así reducir el coste de las viviendas. Aducían que “los actuales alquileres de las llamadas casas de lujo, cuyo importe sobre pasa con exceso las posibilidades de la clase media” resultaban excesivos para la población. Se aprobó entonces levantar edificios de siete pisos mas la planta baja.
A.M.P., colección Arazuri. Carlos III, 1930
El edificio superior fue proyectado en 1925 por Francisco Urcola, autor del hermoso edificio de La Agrícola en la Plaza de San Francisco y de la Plaza de Toros de Pamplona. Se trata de un edificio interesante por conservar la reducida escala de algunos de los edificios de vecinos del ensanche, cuando todavía convivían con los chalets unifamiliares u “hotelitos”, permitiendo hacernos una idea de la concepción original de la primera zona del ensanche.
1936-1960: Segunda fase del ensanche
Ya en el año 1934, ante la rapidez con la que se estaba acometiendo la primera fase del ensanche, se presentó el Proyecto de urbanización de la segunda zona del Ensanche. En esta segunda fase las principales cuestiones que debían de resolverse eran la ubicación de viviendas económicas y la reforma de los límites del trazado de Esparza, una vez que se había establecido que no habría una nueva muralla.
Cierto es que en su plan la retícula trazada terminaba de un modo abrupto en un paseo de ronda y unas zonas ajardinadas, pero en su día, eso parecía ser lo más adecuado como tránsito a las nuevas zonas polémicas que precederían a las nuevas fortificaciones. Sin embargo en 1928 murallas y zonas polémicas fueron definitivamente desechadas, con lo que nuevos diseños salieron a la luz para “cerrar” de un modo adecuado el límite sur del ensanche.
El resultado se saldó con el diseño de la plaza, entonces denominada de Conde de Rodezno, hoy plaza de la Libertad, y la construcción del Monumento a los Caídos, hoy Centro Cultural Maravillas Lamberto.
Las necesidades de vivienda hicieron que se fueran modificando las ordenanzas del ensanche permitiéndose en 1947 elevar un piso más las alturas de las casas. A.M.P.
Obviamente, la Guerra Civil Española y la consiguiente posguerra, paralizó o ralentizó, en el mejor de los casos, la construcción. Así, el Ayuntamiento se vió obligado en diferentes ocasiones a aplicar o a amenazar con sancionar a aquellos constructores, que, habiendo transcurrido los plazos previstos, no habían concluido las obras. Con ello el consistorio buscaba que no quedaran solares a medio construir, pero asimismo, consciente del duro periodo que atravesaba el sector, se comprometía a estudiar cada caso de modo particular.
¿Sabías que…?
El edificio del Gobierno Civil fue uno de los más afectados por la Guerra Civil. Javier Fernández Golfín fue el que proyectó la obra en 1934, pero al empezar la contienda, el arquitecto y la obra se encontraban en zonas adscritas a bandos opuestos, por lo que fue sustituido por Serapio Esparza. En 1937 Víctor Eusa sustituyó a Esparza, realizando el “proyecto de terminación”. Al finalizar la guerra se hizo cargo de la compleja obra José Alzugaray, que por fin logró terminar el edificio en 1945, siendo el principal responsable del aspecto exterior, que responde a los modelos de la arquitectura de posguerra, de inspiración herreriana.
Sin embargo y pese a esta ralentización, en el año 1947 ya no existía ningún solar disponible en el Ensanche, por lo que las peticiones de terrenos empezaron a extenderse hacia las parcelas más próximas a la Avenida de Galicia, por «ser esta zona la más cercana a la Ciudad urbanizada». Por esta razón, la Dirección de Obras decidió el 14 de mayo de 1947 » que el primer paso a seguir, para no tener que lamentar cesiones que en el futuro perjudiquen al embellicimientoy posibilidades de Pamplona, es estudiar la ordenación de todo el terreno, empezando, como es natural y con la urgencia que el problema requiere, por este sector, antes de que la desorientación y anarquía existentes, vayan complicando gradualmente todos los alrededores de la Urbe».
En esta segunda fase, además, se dió curso a las necesidades dotacionales de que no estaban previstas en el proyecto inicial, levantando plazas, jardines, parroquias, templos, un mercado, los institutos, además del edificio del Gobierno Civil o un centro médico, el antiguo ambulatorio General Solchaga, hoy Doctor San Martín.
Respecto a la construcción, como hace notar Ordeig, la gran novedad fue el empleo generalizado del hormigón armado, el predominio de la horizontalidad, con amplias fachadas que se abren a calles anchas y luminosas, en contraste con las estrechas casas del Casco Antiguo. Así mismo se reguló en 1939 la construcción de «hotelitos», siguiendo la terminología francesa, en el parque de la Media Luna, en el parque del Fuerte del Príncipe y en la entonces Avenida del Generalísimo Franco, hoy Baja Navarra. Sin duda la ejecución del II Ensanche de Pamplona supuso, además de un gran impulso constructivo, un gran incentivo para la evolución de la arquitectura pamplonesa.
1960: El II Ensanche ¿se da por terminado?
Ya se han cumplido 100 años del derribo de las murallas y pronto se cumplirá también el centenario del inicio de las obras del II Ensanche, que en 1960 se daba por terminado. Cierto es que podemos dar por concluido el proceso de expansión en esa zona de Pamplona, sin embargo, internamente, hemos podido contemplar como el devenir de los años ha ido modificando, modernizando y transformando los primeros ensanches de Pamplona. Muchos cambios nos gustan, otros nos producen nostalgia, pero no hay duda de que son reflejo de una sociedad viva que va amoldándose, con los criterios que en cada momento han parecido más adecuados, a las nuevas circunstancias de la vida de la ciudad.
Muchos de los «hotelitos» han dido desapareciendo, sustituidos por modernos edificios de pisos, ya no queda ninguno de los numerosos cines que sirvieron de entretenimiento en las lluviosas tardes de Pamplona, parte de las «casa baratas» han sido derribadas, para levantar en su lugar otras, seguramentes más caras, la vieja estación de autobuses ha sido sustituida por un modeno espacio soterrado bajo los glacis de la Ciudadela, las cajas de ahorros de Pamplona y de Navarra levantaron modernas sedes y hoy ya no existen como tales, en la gran arteria vertebradora de Carlos III se ha construido un aparcamiento subterráneo y se ha peatonalizado la avenida, impulsando el comercio de la zona. El Baluarte, Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra, se terminaba en el año 2003, sobre el antiguo bastión de San Antón, que tanto costó derribar para llevar a cabo el primer Ensanche de la ciudad y un gran centro comercial ocupa la zona de las antiguas factorías militares…Hoy el edificio de los Salesianos es protagonista de un nuevo modelo urbanístico en nuestro II Ensanche, mientras los ciudadanos, ahora como entonces, opinan, protestan, se adhieren o se congratulan de las modficaciones que se llevan a cabo.
Progreso, nostalgia y evolución en el Ensanche de Pamplona.
Voladura controlada de la «Casa de las Hiedras», 1974
Arquitectos y edificios
Carlos III y su enlace con la plaza del Castillo
Ciertamente el proyecto de Esparza fue el más arriesgado de todos los presentados, al sacrificar el teatro Gayarre y la plaza de toros en aras de una mejor comunicación entre el nuevo ensanche y el casco histórico de la ciudad. Así, en 1931 es procedió al derribo del teatro, que se trasladaría a su ubicación actual. Para entonces la plaza de toros ya había desaparecido, ya que en 1921 había sido pasto de las llamas.
Javier Yárnoz Larrosa fue el encargado de levantar el nuevo Teatro Gayarre en la manzana 4 del ensanche, un solar muy irregular al que tuvo que adaptarse el arquitecto. En 1931 se trasladaba a su nuevo emplazamiento la fachada, pero transformando su lenguaje al eliminar los elementos afrancesados de corte decimonónico, manteniendo únicamente el zócalo y la galería adintelada que evoca la del Louvre.
Sin embargo, el enlace entre la nueva y flamante avenida de Carlos III y la plaza de la Constitución resultaba tosco y torpe, como se puede observar en la foto inferior. Para solucionarlo, en 1934 el Crédito Navarro presentó un proyecto de Víctor Eusa en el que se modificaba ligeramente la fachada que se abría a la Plaza de la Constitución y se remodelaban por completo el resto de fachadas. Para dotar de mayor prestancia el conjunto, se añadió en el encuentro entre Carlos III y la plaza un elemento vertical rematado en torreón.
Por otro lado, era también necesario dignificar la fachada trasera del Palacio de Navarra, levantado en 1840 por José Nagusia, el mismo autor del Teatro Gayarre. Se encargó al los arquitectos José y Javier Yárnoz la remodelación del edificio y la apertura de un solemne acceso a la nueva gran avenida, principal eje del futuro ensanche. Los arquitectos decidieron seguir las pautas del sobrio neoclasicismo de la fachada principal del paseo Sarasate.
¿Sabías que…?
El arquitecto roncalés, Fructuoso Orduna, fue el que se encargó de realizar las esculturas que adornan la fachada de Carlos III. Recibió el encargo en 1932, y en dos años la obra estaba terminada. Orduna decidió realizar una iconografía simbólica, con una matrona en el centro del tímpano que representa a Navarra, flanqueada por distintos personajes que representan las artes y el trabajo.
Años después, en 1951, se decidió reformar la fachada principal del Palacio, siendo Eusa el director de la obra. De nuevo se contó con Orduna para realizar la obra escultórica. Entonces lo que se representó, también con carácter simbólico, fue el escudo de Navarra, flanqueado por dos figuras que representan la Montaña y la Ribera. En las hornacinas se encuentran Sancho el Fuerte y Sancho el Mayor.
Fachada del Palacio de la Diputación antes de la reforma de Eusa y de colocar las esculturas de Orduna
¿Sabías que…?
En los jardines del Palacio de Navarra se encuentra la sequoia centenaria traída en 1855 desde América por el diputado en Cortes José María Gastón Echeberz. El “pino de la Diputación”, como entonces se conocía, estuvo primero plantado en su casa de Irurita y desde allí, al ser elegido diputado, lo trajo consigo a los jardines del Palacio de Navarra. En el año 2007 se convirtió en el primer árbol de la Comunidad foral protegido por un pararrayos.
La vivienda social: las “casas baratas”
En Pamplona, en 1917, se había constituido la “Junta de Fomento y mejora de habitaciones baratas”, destinada a facilitar la vivienda a los sectores más necesitados de la sociedad. En el mismo plan de Serapio Esparza se determinaban algunos solares para “casas baratas”, eran los solares señalados con los números 36, 37 y 59 en su plano. La obra del solar 36 salió a concurso en 1923, resultando ganadora la propuesta de Andrés Gorricho, que contaba con el arquitecto José Yárnoz Larrosa. Las obras quedaron finalizadas entre 1925 y 1927.
Las “casas baratas” tuvieron, como era de prever, una gran aceptación.
“Aún no está terminado el segundo grupo del edificio de casas baratas que subvencionado por el Ayuntamiento está construyendo en el Ensanche el señor Gorricho y ya han desfilado en petición de habitación doce veces más de personas que de pisos hay disponibles».
¿Sabías que…?
Fue tal la demanda de las “casas baratas” que incluso llegaron hasta el promotor recomendaciones del propio General Primo de Rivera, dictador de España en ese momento, como recogía la prensa de la época:
«[…] y hasta ayer visitaron al señor Gorricho con recomendaciones hasta de Primo de Rivera en demanda de habitación».
No fueron las únicas zonas destinadas a viviendas económicas. En 1934 parte de los solares de la manzana 32 se dedicaron también a viviendas económicas, cuyo proyecto fue realizado por Zarranz y J. Madariaga, promovidas por la Federación Local de Sociedades Obreras. El modelo constituye una muestra de vivienda obrera, siguiendo los referentes de los modelos centroeuropeos.
La Colonia de Argaray. La ciudad jardín.
La Colonia de Argaray responde a los nuevos planteamientos que habían llegado desde Inglaterra, en los que se abogaba por la idoneidad de levantar una “ciudad jardín” en los extrarradios de las ciudades que, por su situación periférica, disfrutaban de unas condiciones económicas más ventajosas, pudiendo levantarse así unas “casas baratas” en un espacio más grato y menos congestionado que el centro urbano, mejorando de este modo, se pensaba, la calidad de vida de sus habitantes. El espacio elegido fue el extremo sureste del ensanche, teniendo como límite los terrenos recientemente cedidos para levantar el Seminario diocesano.
El proyecto de la nueva “ciudad jardín” se presentó en 1933, tomando parte muy activa Gregorio Iturbe, navarro y propietario de terrenos en la Colonia del Viso de Madrid, que sirvió en buena parte como modelo.
Folleto de promoción. AM.P.
Los «hotelitos» del Ensanche»
Como ya se ha dicho, se pensó en construir “hotelitos” en distintas zonas del ensanche: la Media Luna, Fuerte del Príncipe y en la actual avenida de Baja Navarra. Las razones que se argumentaron fueron tanto de índole estética, ya que este tipo de construcciones dotaban de un aire más burgués al ensanche, como urbanística. Ya se había previsto este tipo de edificación en la manzana 18, y en 1928 los propietarios de la manzana 28, destinada en un principio a “casas baratas”, solicitaron que el espacio se dedicara a “hotelitos”, “si se tiene en cuenta la mayo amplitud que adquirirán los jardines en aquella zona, operándose una transición suave del jardín a la casa vivienda, que haría mejorar notablemente esta unión y con ello las condiciones y belleza del Ensanche”. La petición fue aceptada, y se construyeron viviendas individuales que más tarde se sustituyeron por un bloque de pisos.
El 29 de julio de 1939 y el 7 de mayo de 1945 el ayuntamiento acordó las condiciones reguladoras para edificar los “hotelitos” del Parque de la Media Luna, de la actual avenida de Baja Navarra y del Parque del Fuerte del Príncipe, que debían de presentar “características regionales de algún estilo español».
Las diversiones: el cine
El Coliseo Olimpia fue derribado en 1963 para levantar en su lugar el Cine Carlos III y un gran edificio de oficinas.
En el año 1923 la empresa Euskalduna, que se había constituido el año anterior, inauguraba el elegante Coliseo Olimpia, obra del arquitecto José Yarnoz, que algunos años más tarde, en 1940, finalizaba la obra de un nuevo edificio, el Cinema Príncipe de Viana en la cercana calle de García Castañón. La afición de los pamploneses por el cine parece que era grande, porque poco después, en 1942, se inauguraba el Cine Alcázar en la entonces Plaza de Argentina, y en la calle Estella, al año siguiente, abría sus puertas el pequeño y coqueto cine Avenida. En 1957 se inauguraba el cien Rex, en Paulino Caballero, y poco después, en 1961, el Olite. Hay que decir, con añoranza, que ninguno de estos cines sigue hoy en funcionamiento. El último en cerrar sus puertas fue el Carlos III, sustituto del primer Coliseo Olimpia, que realizó su última proyección en el 2016.
… y la plaza de toros
El plan de Serapio Esparza sacrificaba la antigua plaza de toros de Pamplona, levantada en 1844, para poder abrir la plaza del Castillo a la nueva gran avenida que articularía el ensanche: Carlos III. Era necesario levantar con celeridad una nueva plaza, para que los pamploneses pudieran seguir disfrutando de los espectáculos taurinos. El Ayuntamiento decidió ceder gratuitamente y a perpetuidad los terrenos donde debía de levantarse el nuevo coso, a condición de que dicha institución se encargase de la construcción. La institución se puso manos a la obra, emitiendo obligaciones y contratando al prestigioso arquitecto Francisco Urcola para dirigir los trabajos, que comenzaron en marzo de 1921.
Las obras tuvieron que acelerarse, ya que un incendio destruyó la antigua plaza en agosto de 1921, por lo que la nueva tendría que estar terminada para los sanfermines del año siguiente, como así fue. El flamante nuevo coso fue inaugurado el 7 de julio de 1922.
En esta curiosa foto aérea del año 1921 podemos ver las dos plazas, la nueva en construcción y la antigua antes de sufrir el incendio de agosto de ese mismo año.La nueva plaza se realizó en estilo neoplateresco, inspirado en las arquitecturas historicistas, en boga a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
¿Sabías que…?
En la entrada principal se encuentra el escudo republicano de Pamplona, es decir, timbrado por la corona murada en lugar de la corona real.
Tras un concurso público, entre 1966 y 1967 se realizaron obras para la ampliación del aforo dirigidas por Rafael Moneo y el ingeniero Carlos Fernández Casado, construyéndose lagfran andanada sobre el antiguo coso, que descansa sobre una sólida estructura de hormigón visto sostenida por grandes escuadras. Originalmente se cubría con teja, que fue sustituida en los años 80 por una chapa de color verde.
Bancos y Cajas de Ahorros
El 16 de agosto de 1927 se inauguraba en el Paseo Sarasate el nuevo edificio del Banco de España, obra de José Yárnoz Larrosa y Ángel Astiz, que tomaron como modelo la arquitectura francesa de la centuria anterior. A diferencia de esta obra, de corte más tradicional, los edificios de las Cajas de Ahorros que se levantarán poco después, destacarán por su arquitectura de rasgos modernos y actuales.
En 1872 se fundaba la Caja Municipal de Ahorros de Pamplona, que tendría su primera sede en las dependencias del propio Ayuntamiento. En 1933 se trasladaba al Paseo Sarasate, muy cerca del Banco de España, a un moderno edificio proyectado por Joaquín Zarranz. El proyecto, ganador de un concurso en el que habían participado entre otros el propio Yárnoz, Esparza o Alzugaray, destaca por la fuerza de sus volúmenes, los claroscuros que resaltan la horizontalidad del edificio, así como la original solución de la esquina. En 1958 se amplió la última planta del ático desvirtuando en parte su aspecto. En 1972, cien años después de su fundación, se solicitaba la cesión de un solar en la zona de los antiguos cuarteles de infantería para levantar un nuevo edificio, cuyo proyecto se adjudicaría a Xavier Sánchez de Muniáin y Roberto Urtasun, y en 1975 se inauguraba la nueva sede, considerada un hito de la arquitectura moderna de Pamplona.
En 1921 se fundó la Caja de Ahorros de Navarra, con carácter benéfico, bajo patrocinio y garantía de la Diputación. Su primera sede estuvo en el mismo Palacio de Navarra, y en 1931 se trasladaba al edificio de la Avenida de Carlos III proyectado por José y Javier Yárnoz. La planta baja se contagiaba del clasicismo del vecino Palacio de Navarra, cuya ampliación habían acometido los mismos arquitectos, pero los pisos superiores presentan una mayor modernidad, siguiendo modelos de la Escuela de Chicago con vidrieras de motivos De Stijl de Piet Mondrian. En 1978 se trasladaba la sede al nuevo edificio proyectado por Felipe Gaztelu.
Ciertamente la construcción de los nuevos edificios de las “cajas” supusieron un modelo de las nuevas tendencias: la Caja de Ahorros Municipal fue una buena muestra de las posibilidades constructivas y estéticas del hormigón visto y el vidrio, mientras que la Caja de Ahorros de Navarra, en a Avenida de Carlos III, obra de L. F. Gaztelu, fue un ejemplo de la arquitectura de muro de cortina.
El Seminario
En 1931 el obispo de la diócesis solicitaba la adquisición del terreno situado al final de la avenida de Francia para construir un “grandioso Seminario”. Las parcelas pertenecían al Ayuntamiento, propietario mayoritario, y a algunos particulares. El espacio elegido se encontraba “en el límite de la zona, según conviene a la índole de un establecimiento consagrado a la formación del clero”. El Ayuntamiento accedió a la petición a pesar de que parte de dichos terrenos excedían los límites planeados para el ensanche, y de que el resto se situaban donde estaba dispuesto realizar un parque público, y ese mismo año comenzaban las obras del nuevo edificio, proyectado por Víctor Eusa.
El primer uso que se le dio al edificio no fue el de Seminario, sino el de Hospital Militar. Esto se debió a que se inauguró el 21 de octubre de 1936, en plena guerra civil. Recibió entonces el nombre de Hospital Alfonso Carlos, en clara alusión a su vinculación con la Junta Central Carlista.
Colección Arazuri
El antiguo Hostal Valerio y la «Jaula Dorada»
Estas dos obras de Víctor Eusa, realizadas en 1929 en la manzana 21 del ensanche son el resultado de dos proyectos diferentes con los que el propio arquitecto pretende distanciar la obra del antiguo Hostal Valerio, hoy Hotel Avenida, del lujoso edificio de viviendas que abre su fachada curva a la plaza Príncipe de Viana.
El primero se sitúa en un complejo solar en proa con una fachada de planta baja y cinco alturas con una clara composición vertical muy característica del arquitecto. El segundo, la “Jaula Dorada”, responde a una de las habituales concepciones estéticas de Eusa, con un tratamiento mixto de ladrillo rojo y hormigón. Las esquinas y el cuerpo central destacan articulando la amplia fachada de un modo elegante y armonioso.
El edificio de Víctor Eusa en la plaza Príncipe de Viana recibió el nombre de la “Jaula Dorada” por la rejería de sus balcones.
Postal de Roisin. Colección particular.
Templos y parroquias
– La Basílica de San Ignacio
Tras presentarse el proyecto del Ensanche, con el trazado realizado por Serapio Esparza, el Ayuntamiento fijó un plazo para presentar reclamaciones al mismo. La Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, los Padres Redentoristas, el obispo de Pamplona y Don Francisco Alzaz, como Presidente de la Cámara de la Propiedad Urbana de Pamplona, presentaron la misma queja contra la expropiación de la Basílica de San Ignacio. Por parte del arzobispado, la reclamación la firmaba el entonces arquitecto diocesano, Ángel Goicoechea el 20 de julio de 1917.
Sin embargo, y pese a que el propio Esparza cedió a las reclamaciones antes mencionadas, el Ayuntamiento decidió “que la Basílica de San Ignacio de Loyola conserve su alineación tal y como está proyectada en el proyecto de Ensanche de la ciudad […]”, cediendo a los Padres Redentoristas el terreno adyacente como compensación. Allí edificaría el propio Serapio Esparta la iglesia de San Ignacio.
¿Sabías que…?
Serapio Esparza, al responder a las reclamaciones sobre la mutilación de la basílica, no pudo evitar recordar que San Ignacio luchaba a favor de las tropas castellanas contra el legítimo rey navarro, y así lo plasmó en su escrito:
«Nada Nada más lejos del ánimo e intención del autor del proyecto que hacer desaparecer la histórica Basílica como pretende hacerse ver en las citadas reclamaciones; la ha considerado siempre como un monumento histórico digno de toda veneración en su aspecto religioso, ya que nos recuerda el hecho providencial de que se sirvió el Señor para obrar aquella maravillosa conversión de quien tanta gloria dio y sigue dándole por medio de sus hijos; aunque en su aspecto terreno, en lo que hace relación a la historia patria, estime como un baldón para Pamplona la perpetuación de la memoria del Capitán guipuzcoano Iñigo de Loyola peleando a las órdenes del Rey usurpador contra los ejércitos del legítimo y único Rey de Navarra.”. Postal de la Viuda de Rubio, colección particular».
– Iglesia de San Ignacio
El 10 de junio de 1924 el Superior de la Comunidad de los Padres Redentoristas dirigía un escrito al Ayuntamiento solicitando la aprobación del proyecto para la nueva iglesia de San Ignacio. El proyecto lo firmaba Serapio Esparza, por lo que el encargado de dar su conformidad fue su sustituto, Mariano Arteaga, cosa que hizo el 1 de julio de 1924.
¿Sabías que…?
El baldaquino que hoy alberga la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro en el interior de San Ignacio proviene de la Catedral. Allí servía de cobijo al Cristo de Ancheta en el trascoro del templo, como se puede ver en esta postal.
– Parroquia de San Miguel: «una iglesia para un retablo»
En 1940 se decidió dotar al Ensanche de dos parroquias, San Francisco Javier y San Miguel. La nueva parroquia de San Miguel ocupó distintas dependencias mientras se construía la nueva iglesia en la plaza de la Cruz, cuya obra se encomendó a los arquitectos José Yárnoz y Víctor Eusa. La primera piedra se colocaba el día de San Pedro de 1950 y cuatro años después se inauguraba solemnemente el nuevo templo.
La cúpula, recientemente restaurada, la pintó el muralista valenciano Ramón Stolz.
¿Sabías que…?
Para dotar el nuevo templo, la Diputación Foral, propietaria del retablo de la Catedral, decidió cederlo en usufructo. Por esta razón, y dada la extraordinaria calidad de la obra, se decidió hacer un edificio para albergar el magnífico presente. Así, frente a lo habitual, que se encargue un retablo para la iglesia, aquí se decidió “hacer una iglesia para un retablo”.
La educación: los institutos y otros centros de enseñanza
– El Colegio Vázquez de Mella
En octubre de 1932 Serapio Esparza presentaba el anteproyecto para las nuevas escuelas municipales, un edificio “de hormigón armado con grandes huecos cerrados con carpintería metálica”. Autor del trazado urbanístico del Ensanche, Esparza busca, también esta vez, la mayor exposición posible a la luz solar, y por ello estima “que los patios de recreo […] deben emplazarse de manera que el sol los bañe durante el mayor tiempo posible”. Por esta razón los vanos adquieren un singular protagonismo en la fachada.
El edificio respira un aire racionalista, tendencia más relevante en Esparza que en su contemporáneo Eusa. Como elemento singular, destacaremos las terminaciones “en rotonda” de las alas laterales, que recuerdan la influencia de la estética “náutica” de la arquitectura de vanguardia.
– Los Maristas
El 9 de mayo de 1947 el Ayuntamiento daba entrada a una petición realizada por el director del colegio de los Hermanos Maristas, situado entonces en el primer ensanche, en la calle Navas de Tolosa, en la que exponía que el edificio resultaba incómodo e insuficiente para dar cabida a los 700 colegiales que entonces llenaban las aulas. Por esta razón, y tras estudiar los terrenos disponibles junto con el arquitecto provincial Víctor Eusa, solicitaban los terrenos “situados al sur del nuevo Ensanche y de la Avenida de Galicia, y comprendidos entre la clínica del Dr. Arrondo y el nuevo edificio de Auxilio Social”. En realidad también habían barajado la posibilidad de que el colegio se situara al final de la Avenida de Galicia, frente al colegio del Sagrado Corazón, pero siguiendo los criterios de la mentalidad de la época, “a más de ser insuficiente resultaría inadecuado por su gran proximidad al mencionado colegio de niñas”.
Los maristas tuvieron suerte y los terrenos solicitados les fueron adjudicados, por lo que el gran colegio se hizo realidad en 1955, siguiendo el proyecto de Víctor Eusa. En esta obra los materiales han cambiado, abandonando el característico cromatismo rojo, piedra y blanco de sus obras más emblemáticas, y usando en su lugar un ladrillo claro de tonalidades ocres. Sin embargo el arquitecto mantiene su buen hacer al manejar con acierto un monumental espacio, donde el dinámico trazado de la planta se articula mediante un gran cuerpo semicircular abierto al patio.
– Colegio Calasanz. Padres Escolapios
Entre 1926 y1928 Eusa acomete este gran edificio que ocupará toda una manzana del segundo ensanche, siguiendo su estilo más característico, con el empleo de ladrillo rojo y hormigón enfoscado y pintado, reflejando influencias centroeuropeas. Sobre el chaflán que se enfrenta a la plaza de toros se eleva la gran torre con la estatua de San Miguel, remedo moderno de las agujas góticas, y que ofrece la mejor perspectiva del edificio. En la fachada de la calle Olite se sitúa el ingreso a la capilla, epicentro del edificio, que se señala con una gran cruz que servirá de modelo, a escala reducida, de la que luego se exhibirá en el Seminario.
En el interior de la capilla se encuentra el “Cristo de la Sanción” de Javier Ciga.
El curioso nombre se le dio porque, tras la Guerra Civil, Ciga, afiliado al PNV y concejal por el mismo partido en dos ocasiones, fue sancionado con una multa de 2.500 pesetas, que pagó pintando un cuadro, el Cristo que ahora es conocido como “de la Sanción”.
– Los Salesianos
En 1843 nacía en Arive Antonio de Aróstegui, indiano que hizo fortuna en Argentina, donde conoció la extraordinaria labor desarrollada por los Padres Salesianos. Aróstegui decidió que “eso era lo que él quería para Navarra”, como recoge José Javier Azanza López, por ello donó la extraordinaria cantidad de un millón de pesetas para hacer realidad su propósito: instalar unas Escuelas Profesionales Salesianas en Pamplona. Antonio de Aróstegui falleció en Madrid en 1920, pero su hija y su yerno se encargaron de llevar a cabo su voluntad. Nuevas donaciones fueron incrementando la cantidad aportada por Aróstegui, y con lo obtenido se adquirieron las manzanas 38 y 49 del II Ensanche. En marzo de 1923 se consiguió la licencia municipal y se presentó el proyecto del nuevo edificio, obra de Serapio Esparza San Julián. Más adelante el edificio concebido por Esparza sería modificado por Víctor Eusa, otorgándole la configuración que ha mantenido hasta hoy.
En 2011 los Salesianos suscribieron un protocolo con el Gobierno de Navarra y los ayuntamientos de Pamplona y Egüés, para trasladarse a unas nuevas instalaciones en Sarriguren, quedando el espacio del II Ensanche disponible y abierto a las propuestas que sobre el mismo se presentaran. Tras un largo periodo de discusiones, los arquitectos navarros Javier Larraz Andía e Ignacio Olite Lumbreras fueron los ganadores del proyecto, que ofrece una zona residencial, otra comercial y equipamiento público (un Civivox).
– Los Institutos de Segunda Enseñanza
El primer Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Pamplona se había fundado en 1845, y tuvo varias ubicaciones en el casco histórico de la ciudad, siendo la última el edificio de las antiguas escuelas de Magisterio frente a la catedral, un edificio modelo para la época. En 1907 estaban matriculados 469 alumnos. En 1939, tras la Guerra Civil, se decide trasladar el Instituto a la nueva plaza del Ensanche, encargándose del proyecto el arquitecto José Yárnoz Larrosa. En nuevo centro abría sus puertas en 1944, como “Institutos de Navarra”, agrupando en realidad un centro masculino: “Ximenez de Rada”, y otro femenino, “Príncipe de Viana”, separados por un muro hasta que en 1984 volvieron a ser mixtos.
La Avenida Roncesvalles
Ya en su plano, Serapio Esparza proyectaba un boulevard que desde la avenida de San Ignacio desembocaba en la nueva plaza de toros. Zona destinada a la burguesía pamplonesa, en su entorno se empezaron a levantar los primeros “hotelitos” de los afortunados propietarios que escapaban del hacinamiento del casco histórico. La confluencia entre San Ignacio y la propia avenida es un lugar óptimo para disfrutar de una hermosa perspectiva de la plaza de toros y para contemplar variadas propuestas de la arquitectura de Víctor Eusa. El encuentro entre las dos calles se articula casi como una plazuela, que sirve para unir el trazado más irregular que deriva del casco antiguo y la ordenada retícula del Ensanche. Los principales edificios se levantaron pronto, en torno a 1924.
Casa Uranga, Víctor Eusa, 1924
Edificada sobre un solar de gran fondo, Eusa utiliza un lenguaje “regionalista-vasco”.
Serapio Esparza, 1924
Elegante, burguesa y equilibrada, este edificio es un modelo de las casas vecinales del Segundo Ensanche.
Edificio “La Vasco-Navarra”, Víctor Eusa, 1924
Eusa muestra su influencia por la Secesión Vienesa y su decoración plana y geométrica, combinada con elementos de rasgos árabes. En su diseño original, el edificio tenía una planta menos y se coronaba con la estatua de Atenea. En 1943 el propio Eusa acometió la reforma añadiendo una planta más y cambiando el coronamiento por un chapitel de estilo herreriano, de moda en el estilo de posguerra.
Casa Goicoechea, Víctor Eusa, 1926
Ecléctica mezcla de clasicismo y regionalismo que otorga un aíre pintoresco a la edificación.
La Aurorra, Víctor Eusa, 1955
Edificio que aprovecha la aguda esquina del solar para alzarse sobre el conjunto urbano con un atrevido y esbelto diseño que potencia el volumen curvo en torno al cual se articulan los dos planos laterales.
La Plaza de la Cruz
Ya se ha comentado cómo el plano trazado por Esparza adolecía de plazas y espacios dotacionales para la nueva población. Estas carencias se fueron supliendo a medida que avanzaban las obras y fue en la segunda fase de la construcción cuando se decidió dejar una manzana sin construir, de tal modo que resultase una plaza, donde además se ubicaría una parroquia y el Instituto de Segunda Enseñanza de Pamplona.
La cruz que dio nombre a la plaza se ubicó allí en el año 1941, procedente del claustro de la catedral de Pamplona. Su autor, Constantino Manzana, la realizó en 1932, en un estilo deudor del modernismo catalán.
A.M.P., Veramendi, Colección Arazuri. Hacia 1932
La cruz en su antigua ubicación en el claustro.